9 de septiembre de 2008

La Sombra del Infinity

Este sábado había otra posibilidad de jugar a La Sombra del Ayer. Después de varios días de organización, el viernes por la noche se confirmaron mis sospechas y no se pudo.

Afortunadamente, en su lugar, jugamos una partida de Infinity, el juego de miniaturas más impresionantes que he visto, y con una estrategia claramente superior a otros que he jugado (ejem-warhammercuaretamil-ejem!).

El héroe de la batalla . Aguantó una docena de tiros antes de caer.
Lástima que fuera el teniente.


Fue mi segunda partida de juego y fue claramente superior a la primera, aunque no fue dificil. La primera vez que jugué sufrí una derrota tan asombrosa que se me quitaron las ganas de volver a jugar. Afortunadamente se me quitó la tontería y el sábado jugué una batalla bastante más igualada, en la que perdí, pero con toda la alegría de mi corazón, porque me lo pasé genial.

El T.A.G. de los nómadas. Me muero de ganas de usarlo.

He podido comprobar que Infinity es un juego de escaramuzas con miniaturas muy adecuado para mis gustos. Se juega con pocas miniaturas (probablemente menos de diez) y la tasa de mortalidad es muy alta, por lo que cada soldado es tratado con un aprecio enorme. Sin embargo, y debido a la ingeniosa mecánica de acciones, la acción no se ralentiza especialmente, ni se tardan 20 minutos en llegar a la acción.

El juego utiliza un d20 para resolver toda acción, pero el factor suerte no es tan importante como podría parecer y es mucho más importante la estrategia y la astucia. Eso sí, un error estratégico y lo más probable es que hayas conducido a tu unidad a la destrucción.

El Enemigo. Grrr. Malditos capitalistas.

Las unidades son también muy variopintas, y disponen de habilidades muy variopintas, desde el hacker que afecta a los robots del enemigo (y que aú no he probado) hasta el inflitrador que se mueve invisible por el campo de batalla.

No son nómadas, pero molan demasiado como para no tenerlas.

Si Infinity sufre un defecto es de la necesidad básica de un montón de escenografía. Sin un buen número de edificios o muros altos, los lanzagranadas (¡cómo los odio!) se convierten en los reyes del mambo y el juego pierde todo su sabor.

Creo que no hay una forma mejor de alabar un juego que diciendo "quiero jugar otra vez". Y quiero jugar ya.

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